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Mensaje  Admin Vie Ene 16, 2009 8:11 pm

Durante más de cuatro décadas la ciencia moderna dedica ímprobos esfuerzos y cantidades billonarias en la investigación de un reactor nuclear capaz de generar energía ilimitada mediante la fusión de átomos de hidrógeno. Muchos físicos que comenzaron jovencitos en estos afanes se jubilarán sin ver cumplido sus sueños: una energía barata y segura a partir de la fusión en caliente, también denominada fisión.

La fusión es el proceso que tiene lugar en la superficie del sol donde, a temperaturas de millones de grados, los átomos de hidrógeno se comprimen para formar helio, produciendo en el proceso una masiva emisión de energía del mismo tipo de la que genera la bomba de hidrógeno. Es fácil entender que profesionales que ha dedicado su vida y su talento en pro de domeñar tales fuerzas, reaccionen contra la noticia de que dicha fusión es posible a temperatura ambiente y en un recipiente con tan poco glamour científico como una jarra de agua.

Los átomos de hidrógeno se repelen con tal fuerza que no existe ninguna reacción química que pueda persuadirles de que se fusionen. Existen, sin embargo, isótopos de hidrógeno más pesados, como el deuterio que, junto con átomos de oxígeno, forma lo que se conoce como "agua pesada". Estos isótopos, bajo determinadas circunstancias, pueden ser obligados a fusionarse en una reacción nuclear. Cuando esto se consigue, se desprende energía. Sin embargo, la única circunstancia conocida para que se fusionen dos átomos de hidrógeno no ocurre en modestas mesas de laboratorio sino en instalaciones donde se reproducen escenas que le hubieran servido a Dante para mejor describir el infierno. Es por ello que el mundo científico se quedó atónito cuando en Marzo de 1989, el profesor Martin Fleischmann, de la Universidad de Shouthampton y el profesor Stanley Pons, de la Universidad de Utah, convocaron una rueda de prensa en la que conjuntamente anunciaron el descubrimiento de la "fusión en fr! ío", esto es, la producción de energía a través de lo que parecía un proceso nuclear que tenía lugar dentro de un recipiente de agua a temperatura ambiente. Porque cuando dos núcleos de deuterio se fusionan o bien producen helio y un neutrón o bien tritio y un protón. Y era esto lo que sucedía en los experimentos anunciados por los profesores Fleischmann y Pons.

Fleischmann y Pons manifestaron en dicha rueda de prensa que el experimento había consistido en pasar una corriente eléctrica a través de un par de electrodos hechos de metales preciosos (uno de platino y otro de paladio) inmersos en una jarra de cristal conteniendo agua pesada en la cual habían disuelto algunas sales de litio. Esta simple instalación (valorada en poco más de veinte mil pesetas) era capaz, según los informadores, de producir entre 4 y 10 veces más energía calorífera que la energía eléctrica utilizada. Como ninguna reacción química era capaz de producir un resultado de tal magnitud, los científicos concluyeron que se debía a fusión nuclear.

Fleischmann y Pons, dos distinguidos científicos en el campo de la electroquímica, al hacer semejante revelación a la prensa transgredieron la forma tradicional de revelar descubrimientos científicos. El proceso habitual hubiera sido enviar el trabajo a la revista Nature, quien a su vez lo hubiera remitido a peritos cualificados dentro del campo tratado. Si los científicos consultados encontraban el informe aceptable, Nature lo publicaba, hecho que otorgaba a los autores prioridad en el descubrimiento y abría el grifo de donde manarían los fondos que permitirían confirmar los experimentos.

Pero los dos químicos previeron dificultades de haber seguido el citado método. En primer lugar, su trabajo no sería escrutado por talentos en su área específica, pues su descubrimiento no correspondía exactamente al campo de la electroquímica. Probablemente hubiera terminado en manos de físicos nucleares, hombres que habrían malgastado su vida persiguiendo en vano la "fusión en caliente". Y no es que estos físicos no pudieran ser imparciales, o fueran incapaces de aceptar hechos probados, sino que su experiencia puramente física les privaría de la perspectiva química del experimento, decisiva en este caso.

También estaba en juego mucho dinero. Cualquiera que desarrollara un reactor de fusión rentable (fuera esta fusión fría o caliente) estaría proporcionando a la humanidad una fuente de energía para cientos de años. Las patentes y los derechos de producción de dicha energía daría origen a una industria billonaria. Podría tratarse de uno de los descubrimientos más lucrativos jamás hecho. Con tales sumas de dinero en juego, las universidades donde prestaban sus servicios Fleischmann y Pons decidieron evitar cualquier ambigüedad en cuanto a la prioridad del descubrimiento, de ahí la poco ortodoxa rueda de prensa. Después de la misma, se publicó un articulo conjunto en The Journal of Electroanalytical Chemistry.

Tras el anuncio se abrió un periodo de felicitaciones y parabienes durante el cual la prensa habló de fusión más que en los veinte años anteriores. Todos alababan la nueva fuente de energía barata. Los laboratorios de todo el mundo se apresuraron a realizar pruebas para confirmar la fusión en frío, confirmaciones que no tardaron en llegar. Primero fue la Universidad de Texas, quienes informaron de la detección de exceso de energía. La Universidad Joven de Brighman detectó también exceso de calor y un flujo de neutrones mensurable.

El primer espaldarazo de un importante instituto de investigación, el de la Universidad de Standford, en California, llegó tan solo un mes después del anuncio de la fusión en frío. El profesor Robert Huggins manifestó haber duplicado el experimento de Fleischmann y Pons, habiendo obtenido una emisión de energía un 50 mayor que la aplicada. Añadía el profesor Huggins que para mantener la temperatura constante durante las dos pruebas realizadas, había depositado los recipientes de agua en una nevera de playa. Este detalle "casero" encrespó aún más, si cabe, a los expertos en fusión en caliente, que utilizaba habitualmente máquinas e instalaciones valoradas en billones de dólares.

Por esa época, en Dallas, la Asociación Química Americana celebró su convención anual. En ella, el profesor Pons presentó a sus colegas detalles de sus experimentos. La energía liberada de la célula construida por ellos, era de más de 60 vatios por centímetro cúbico, que era más o menos la energía obtenida en un reactor nuclear convencional. Pons también alegó haber hallado tritio en la célula, un signo inequívoco de que se estaba produciendo la fusión. Pons estimó que la célula emitía 10.000 neutrones por segundo, cantidad apenas superior al nivel de radiación que normalmente se encuentra en el ambiente, pero miles de millones de veces inferior al resultante de la fusión nuclear en caliente, un enigma que Fleischmann y Pons veían como un impedimento para que su teoría fuera aceptada como fusión en términos convencionales. A pesar de las reservas que el caso todavía merecía, la convención no pudo reprimir su regocijo por el hecho de que dos químicos hubieran superado a sus competidores del campo de la física. Éste fue, quizás, el momento más álgido, en cuanto a estimación, de la teoría de la fusión en frío. Organizaciones de todo el mundo estaba intentando reproducir el proceso en sus laboratorios, muchos de los cuales informaron haberlo logrado. Para finales de Abril, Fleischmann y Pons presentaron una solicitud de petición de fondos al US House Science, Space and Technology. Solicitaban 25 millones de dólares para la creación de un centro de investigación de la fusión en frío en la Universidad de Utah.

Entonces las cosas comenzaron a torcerse. Primero, algunos investigadores que anunciaron haber logrado reproducir el experimento de Fleischmann y Pons, se retractaron aduciendo errores debidos a los equipos o a las mediciones. En Mayo, la Asociación Americana de Física celebró su convención anual en Baltimore. Para entonces la oposición a la fusión en frío estaba tomando fuerza. En la convención, Steven Koonin, físico teórico de la Universidad de California, recibió una salva de aplausos cuando manifestó que los físicos estaban sufriendo la incompetencia o quizás el engaño de los doctores Fleischmann y Pons. No obstante, fue un químico, el Dr. Nathan Lewis, quien consiguió los mayores aplausos al anunciar a la concurrencia que tras exhaustivos intentos de reproducir la fusión en frío, su equipo no había encontrado signos de calor inusual, ni habían detectado neutrones, ni tritio ni helio ni rayos gama.

Para finales de Mayo (recordar que hablamos de 1989), tanto la prensa popular como la científica comenzaron a insertar titulares que dejaban entrever la idea del posible engaño en relación a la fusión en frío. Entones vino el golpe definitivo contra los que todavía apoyaban dicha teoría: el Dr. Richard Petrasso del Centro de Fusión de Plasma del prestigioso MIT (Massachusetts Institute of Technology) presentó los resultados de una serie de intensivas investigaciones sobre los experimentos de Fleischmann y Pons. Según Petrasso, los datos aportados por los dos investigadores tenía visos de ser un "invento". Todas las detecciones de rayos gamma alegadas por Fleischmann y Pons podían no haber tenido lugar en absoluto. El Dr. Ronald Parker, director del citado Centro de Fusión de Plasma, manifestó sin ambages que las emisiones de neutrones debían haber sido menores de las comunicadas, o incluso inexistentes.

De esta manera, sin haber transcurrido dos meses desde su presentación pública, la fusión en frío recibía la bofetada de dos de los centros más prestigiosos del mundo en el campo de la investigación nuclear, centros con subvenciones de miles de millones de dólares al año para sus investigaciones. El informe del MIT que desacreditaba la fusión en frío fue tan contundente que todavía hoy, el departamento de Energía de los EE.UU. continúa negándose a financiar investigaciones en este campo. Incluso la Oficina de Patentes de ese país sigue basándose en el informe del MIT para impedir la inscripción de cualquier invento relacionado con la fusión en frío.

Si el Dr. Parker se hubiera detenido en este punto, es posible que el mundo no hubiera vuelto a oír hablar de la fusión en frío, al menos hasta que hubiera surgido una nueva generación de científicos. Pero envalentonado por el eco de sus ataques, decidió ir más allá y acusó abiertamente a Fleischmann y Pons de posible fraude científico. Estas graves declaraciones las hizo a un periodista del Boston Herald, quien las publicó. Cuando Parker vio impresa tan grave imputación, atribuyó al periodista haber tergiversado sus palabras. Desafortunadamente para Parker, el periodista del Boston Herald tenía grabada la conversación, y en ella se repetía, perfectamente audible, la palabra "fraude".

Dentro del MIT comenzó a sospecharse de que los datos aportados en el informe de Parker y Petrasso no fueran lo que parecían, que miembros del Centro de Fusión de Plasma se hubieran embarcado en una deliberada cruzada para ridiculizar a la fusión en frío, llegando en su afán a amañar los datos. Entonces se descubrió que los mencionados investigadores habían reducido deliberadamente las mediciones obtenidas con la célula de Fleischmann y Pons con el único fin de desprestigiar a estos investigadores. Este descubrimiento causó un revuelo enorme, incluso dentro del propio MIT. Eugéne Mallove, miembro de la dirección del Instituto, dimitió enviando una carta al MIT acusándoles de amañar datos experimentales solamente para condenar una teoría que no era de su agrado.

Acosado por todas partes, (excepto por los otros centros de investigación de fusión en caliente, que mantuvieron un cómplice silencio) el MIT se retractó. Pero lo hizo de forma tibia, simplemente añadiendo al informe original un apéndice, cuidadosamente escrito, donde se reconocían errores en el análisis calórico de los experimentos. También modificaron la calificación de sus resultados: de un categórico "incapaces de reproducir el experimento de Fleischmann y Pons" a un tibio "demasiado poco sensitivo para poder ser confirmado".

A pesar de la rectificación del MIT, fue su primer informe el que quedó en la mente del público y en la gubernamental. Este informe sirvió de pretexto para que el Comité de Asuntos Internos de los EE.UU., formado para examinar la petición de fondos de Fleischmann y Pons, denegase los mismos por falta de evidencias precisas del proceso en cuestión.

Desde esos incidentes hasta la fecha ha transcurrido mucho tiempo, y es lógico preguntarse: ¿Dónde se encuentra hoy la fusión en frío? La fusión en frío, según informan sus defensores, ha sido reproducida y medida por cerca de 100 grupos diferentes en 10 países distintos, principalmente en los EE.UU., Europa y Japón. Sin embargo, el silencio que se cierne en torno a este otrora asunto de primera página, parece indicar dos cosas: 1) que la producción de energía por la fusión en frío es mucho menor que la esperada, haciendo inviable su producción en grado industrial, o 2) que los resultados ya no se dan en los laboratorios, o que sólo ocurren ocasionalmente, lo que obliga a pensar que no se sabe a ciencia cierta cuál es su origen. La fusión en frío ha quedado relegada a un olvido “mediático” y sólo aflora en los media a impulsos de los amantes de la paraciencia o ecologistas que no renuncian al sueño que representa la idea de Fleischmann y Pons: conseguir energía ilimitada, barata… y limpia.

Pero lo que yo me pregunto es: ¿Por qué muchos científicos sintieron la irrefrenable necesidad de oponerse a la fusión en frío incluso llegando a extremos de amañar de forma anticientífica los resultados? El dinero en juego pudiera explicar parte de esta oposición, pero no basta. ¿Quizás orgullo herido? Cierto es que los físicos que se dedican a la fusión en caliente hubieran recibido un buen varapalo, pero ello no justifica llegar a tales extremos. Y ya que hemos tocado este punto, ¿por qué siguen destinándose partidas billonaria a la investigación de la fusión en caliente cuando sería más práctico, rentable y ecológico llegar al fondo del misterio de la fusión en frío? ¿Quizás porque lo que se busca no es la creación de energía a un coste asequible sino simplemente seguir engrasando la máquina de guerra? Entonces se comprende la oposición de las oficinas gubernamentales a no respaldar la fusión en frío. Desgraciadamente, hoy poco se sabe de este revolucionario proceso. Como señala el profesor Federico Di Trocchio: “La fusión en frío ha tenido un coste hasta el momento de casi cien millones de dólares, sin que se hubiera obtenido ninguna aplicación”. Pero, ¿se ha tenido verdadero interés en investigar hasta sus últimas consecuencias este sistema “revolucionario” de producción de energía? Como hemos visto, los poderes oficiales se han negado reiteradamente a ello. Y nadie, que yo sepa, ha refutado la fusión en frío con criterios empíricos. ¿En qué resultará finalmente esta aventura? Sería una pena que a la postre los detractores, con sus mezquinas artimañas, terminasen teniendo razón. Cosas de la ciencia.


Bibliografía:

Di Trocchio, Federico: Las mentiras de la ciencia, Alianza editorial, Madrid 1998 El genio incomprendido, Alianza editorial, Madrid 1999

Gardner, Martin: La ciencia. Lo bueno, lo malo y lo falso, Alianza editorial, Madrid 1988 La nueva era, Alianza editorial, Madrid 1990

Milton, Richard, Alternative Science, Park Street Press, Londres 1996

Sagan, Carl, El cerebro de Broca, Editorial Crítica, Barcelona 1999

Scientific Frontiers, compiled by R. Corliss, The Sourcebook Project, MD, USA, 1994.

Wilson, Robert Anton, The New Inquisition, New Falcon Publications, 1991
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